sábado, 28 de abril de 2012

3.- El Cid Campeador en Madrid



Cómo acabar para siempre con "La Novela Histórica".

Anécdota jocosa de don Rodrigo Díaz de Vivar, 
más conocido por todos como El Cid Campeador

Demos crédito a las especulaciones históricas de don Nicolás Fernández de Moratín y a las del señor de Mena, y situemos al Campeador penetrando por la imponente puerta de Al-Kalat las fortificadas murallas de la almudaina de Magerit en el año de Nuestro Señor Jesucristo de 1081.

Iba el valeroso guerrero cristiano a correr toros, invitado por varios reyezuelos moros de la ribera del Henares, que eran sus clientes, e iba escoltado tan solo por quince de sus mejores hombres, ya que el alcaide de la plaza fuerte, Mulá Cadí Ali-Atar, no permitió que la nutrida mesnada del famoso mercenario entrara en su totalidad en la ciudad. Así pues, Alvar Fañez de Minaya, lugarteniente del Cid, quedó esperando órdenes acampado en el monte de Leganitos junto a trescientos de los caballeros más temidos de la Cristiandad y de la Morería.

Todo parecía miel sobre hojuelas en la corrida. Los caballeros cristianos se lucían y no menos lo hacían, picados en su amor propio, los hijos de Mahoma. Pero don Rodrigo, que no había cesado de echar sugerentes miradas al tendido de presidencia, y más concretamente al vertiginoso escote de Zaida, la preferida del harén de Alí-Atar, metió la gamba hasta el fondo al brindar la muerte del último morlaco del festejo a la bella odalisca. Soltó Mio Cid a la mujer del morabito, asina, a bocajarro, “que estaba más buena que mazapán”, y que de no ser su señor quien era, “despojárala de sus atavíos e hiciérala sayón de saliva, y luego”. Y va y díceselo el achulanganado mercenario en la propria cara del celosón gobernador y en su propria idiomada:
- Zaida ta´ja mona, ta´ha mazapán, paisa. Andamaja bahate la fajah, y´aiba-la-baba jubón.
Al decir tan grande burrada Mio Cid, el señor Atar no pudo por menos que mandar llamar a su lado a la Guardia Mora.
- ¡Ajak baj akbaj bah, balab, n´dalá la gagjjj! - dijo el Mulá Cadí en su gargajosa lengua, como empalagado de aljanfores y ajonjolíes, anegado en arcadas.
- ¡Buaj kabá! - concluyó - y echó un sustancioso escupitajo a los cascos de Babieca.
  Por si acaso el de Vivar no se había coscado de la movida, el dignatario almohade se lo tradujo:
- Pasiado tú tries aldeas, paisa. Castiya e Al-Andalus mesma cosa es, pero afrienta limpiá menester...
- ¡Tuamí vasé Mamad Jiad! - exclamó El Cid, desafiante, utilizando la ancestral expresión que significaba "Tú a mí me vas a hacer la madre de todas las mamadas, especie de cagarruta de camella".
El Mulá Cadí explotó en santa cólera.
- ¡Tebaj-k´Gar, Al- Mamoun, Mamá-Leilú-Yia! (Te vas a cagar, mamonazo, por la gloria de mi madre)
Los infieles sarracenos, blandiendo sus enormes cimitarras, saltan al albero para prender a don Rodrigo Mio Cid, quien se apresta a morir matando, pero su hueste, que recelosa se había ido acercando a las murallas, acude a socorrerle.

Retomemos en este punto los bellos versos de Moratín:

Ya fiero bando con gritos
su muerte o prisión pedía
cuando se oyó en los distritos
del monte de Leganitos
del Cid la trompetería.

El alcaide, recelando
que en Madrid tenga partido
se tiempló disimulando,
y por el parque florido
salió con él razonando.

Y es fama que, a la bajada,
juró por La Cruz el Cid
de su vencedora espada,
de no quitar la celada
hasta que tome Madrid.

Rafael Martínez Sainero. Pirata 2005


Ilustración de portada: Roger Payne

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